El arte y Francia siempre se han identificado como una dualidad indisoluble. Esta afirmación tiene bases evidentes y amplias: muchos de los artistas más reconocidos del mundo y de la historia han desarrollado parte de su obra en Francia o bien, han sido inspirados en alguna moda, acontecimiento o recurso francés. De raíces celtas y grecolatinas, el espíritu francés actual guarda una equilibrada relación entre la magia, la permisividad y la leyenda de los primeros pueblos del norte, y la disciplina, la estética y racionalidad de los hijos de Zeus. Ésta es la causa de que el francés reciba con gusto las tendencias más variadas, los excesos y la austeridad, lo místico y lo mundano. El arte en la nación francesa es un producto cotidiano, enriquecido, altamente conservado y apetecible a toda hora y para todo público. Más que algo exterior, coleccionado en los museos o centros destinados a su creación, es un espíritu que se lleva por dentro, que se encuentra reflejado en las calles, en los paisajes, en el ambiente que vibra constantemente y que cubre de sensibilidad y magia la visión real de este país lleno de expresiones estéticas. Francia es un país con una grandeza histórica y cultural mucho más amplia que su territorio, de apenas medio millón de kilómetros cuadrados. Tiene una población de aproximadamente 65 millones de ciudadanos. Como muchos países europeos, sufre el problema del desempleo, lo cual ha hecho de los últimos años una época difícil de asumir, variando el carácter de los franceses hacia sentidos menos participativos en la vida social, como era su costumbre.